lunes, 11 de abril de 2011



Al otro lado del río

Pinturas de un hecho ocurrido el 14 de enero


Quizás son 21 años.

Juan estaba muy pequeño y Sebastián ni siquiera había nacido.

Quizás un poco menos.

La verdad nunca lo he tenido claro.

Neblinas que suben después de la lluvia, el sol pintando el paisaje en cada hoja salpicada. Sueños sin tiempo. Sueños eternos.

Para términos prácticos digamos que son 20; hace 20 años que tenemos la Esperanza. Al principio, naciendo a la certeza de saberla nuestra, creo que mi mamá siempre lo supo, ella y mi papá, pero nosotros, secretamente involucrados a un juego de descubrimiento, tuvimos que ir hallándonos en sus recónditos interiores: soñando los oscuros cuartos de pequeñas ventanas, conquistando muros carceleros, pintando imágenes en sus largos pasillos, volando en pequeñas piernas hacia los altos techos.

Descubriéndola en nuestro recóndito interior.

Pero la Esperanza no es cuartos, ni muros, ni pasillos, ni techos. La Esperanza es Montaña.


Montaña en madrugadas de luz tímida, fresca y cercana; espectáculo sencillo, pues sencillos son sus habitantes, recorriéndola en suave caricia de tierra arada. Montaña en tardes de luz exuberante, preciosa, lejana; se perciben las voces del río reclamándola suya, retando nuestros anhelos de alcanzarla.

Es una gran pintura, es sueño que somete tu alma cuando el llanto del cielo cubre su cuerpo. Es acuarela en lienzo cielo.

Casi le tocas con tus dedos.





Ahora no hay ventanas pequeñas, ni muros. Se tumbaron límites de perspectiva y fue posible involucrarnos más, a sus mañanas, a sus cambios de color: verdes o dorados suelos sembrados, negras tierras cosechadas; a sus tardes sonrientes y noches silenciosas, cuando precisamente se le vé más grande. Se abrieron posibilidades de observador, y fue posibe involucrarla más, pues incluso se baña con nosotros mientras nadamos.

Ahora no hay piernas pequeñas.

Se construyeron caminos, buscando la posibilidad de alcanzarla, extraño anhelo cuando su presencia sempiterna nos da eternidad en una mirada, bastándose frente a cualquier cosa.




Quizás necesitamos saber que el otro lado existe más allá del arte, que nosotros también somos cuadro desde el otro lado. Ubicarnos, poner el punto de nuestra ubicación espacio-sensorial en el mapa de la geografía artística. Quizás tan solo necesitamos algo de aventura, confirmar los sueños que dibujan "el otro lado", o ganar el reto que las voces del río nos lanza cada tarde.



14 de enero. Para términos prácticos digamos que son 20; hace 20 años que mi mamá se sienta frente a la ventana de la sala y observa. Hace 20 años que toma un café frente a la ventana de la sala, en la soledad que más le gusta que es la del café de la mañana y hace cálculos y planes sobre cómo llegar.

14 de enero. Estamos al otro lado, y descubrimos que es tierra firme y hierba palpable. Observamos la Esperanza desde el otro lado del río, y descubrimos que las casas del otro lado también son montaña, también son nosotros.



Lo más impresionante no es ver la Esperanza, lo más impresionante es estar bajo los árboles que desde la Esperanza se ven. Me entusiasma en demasía el ver la Esperanza, con sus fríjoles y palmeras, pero porque así confirmo que estoy al otro lado.



Se observa preciosa y lejana bajo la luz de la tarde. El sol pintando el paisaje en las hojas de los guayacanes.

Nunca se termina de descubrirla en sus recónditos espacios.

1 comentario:

  1. Estar "Al otro lado del rio" llevò a la familia veinte años de espera, que han sido pocos si del otro lado del rio se escruta el alma de La Esperanza, que es nuestra propia alma.

    Papà.

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