En el año litúrgico católico, el tercer domingo de adviento se conoce como de Gaudete, por las palabras de introito en la celebración latina de esta misa: "Gaudete in Domino semper..." Estas palabras se corresponden con las que el apóstol Pablo escribió en su carta a los Filipenses: "Alégrense siempre en el Señor..." (Flp 4, 4 - 7). Esta celebración, por lo tanto, es una invitación a la alegría. Y yo la había aceptado.
Sin embargo, mi alegría había empezado varios días atrás y a ella contribuía fundamentalmente la compañía de la mujer con la que recorría Quito. Johanna Hoerner llegó a Bogotá el 30 de septiembre. Era su primera vez en Colombia y en Suramérica, y su visita ha hecho parte de un viaje alrededor del mundo. Partiendo de su natal Alemania, estuvo en Canadá y en Estados Unidos y en ese momento iniciaba su recorrido por "...la región más vegetal del viento y de la luz..."
Pero un ser humano en particular no admite definición en función de categorías generales. Ni los defectos, ni las cualidades, ni las características fundamentales de una persona, proceden del país en el que por veleidades cósmicas haya nacido. Escribo esto porque quiero decir que Johanna me simpatiza no por ser alemana sino por ser Johanna. De hecho, no le oculté a mi amiga mi molestia por el hecho de que europeos y gringos puedan comprar casi todo lo que quieran en nuestras tierras, mientras algunos miembros de nuestra gente no tienen dinero para alimentarse. Sin embargo, me alegra mucho saber que Johanna tiene muy claro que existen muchas cosas que escapan al aparente poder omnímodo del dinero.
Precisamente las experiencias con Johanna han sido austeras y, por lo tanto, elegantes en lo material, pero de una inmensa generosidad en lo importante, en alegría, inteligencia y espiritualidad. En otras palabras, Johanna es una guerrera que disfruta de todo, con una capacidad de adaptación asombrosa y sin lugar a remilgo alguno. Todo lo contrario: asumimos y nos gozamos el reto de encontrar lo barato sin que dejara de ser muy bueno.
El periplo de Johanna por el sur de Colombia y el norte de Ecuador, empezó el tres de diciembre en Bogotá. La movilidad en la capital colombiana pasa por uno de sus momentos de peor crisis. Existen, actualmente, 142 frentes de obra en las vías, desarrollandose simultáneamente. Esto junto a los millones de habitantes que necesitan trasladarse diariamente, la inmensa cantidad de vehículos que llenan las calles, y las torrenciales lluvias que cayeron sobre la ciudad en el segundo semestre del 2010, hacen que ir de un lado a otro de Bogotá sea una verdadera odisea. No es que quiera excusarme con lo anterior, pero el tres de diciembre, Maye, Sebas, Johanna y yo, teníamos tiquetes para Ipiales a las 2 de la tarde y llegamos al terminal a las 2:30 p.m., y claro: el bus ya se había ido.
Así que, para no perder la platica de los tiquetes, a voltear en una terminal atestada de gente. Después de tanto hacer y de pagar veinte mil pesos más por cada tiquete, logramos conseguir cupo para las 7:15 p.m. A esa hora, al fin, abordamos el bus. Empezaba así un viaje que rompió todos los récords. Hagamos cuentas: cinco horas de espera en la terminal de Bogotá, doce horas de trancón en La Linea y una llegada a La Esperanza a las cuatro de la madrugada del domingo cinco de diciembre, para un total de treinta y ocho horas de recorrido, desde que salimos del apartamento en Bogotá.
Pero La Esperanza es un reino de serenidad, descanso e inspiración. Mi Padre nos estaba aguardando, sin que le hubiese importado la inusual (incluso atrevida) hora de nuestra llegada, para darnos la bienvenida.
Luego de un par de reparadoras noches, en la tarde del lunes seis de diciembre visitamos el lugar que ha sido llamado: "...el milagro de Dios sobre el abismo..."
Y bajamos hasta el río para corroborar que el abismo mismo es también un milagro.
El martes siete de diciembre nos quedamos en La Esperanza durante la mañana. Hicimos almuerzo y a eso de las cuatro de la tarde bajamos de nuevo al rio. Al regresar a la casa, encendimos muchas velas para mantener y compartir esta tradición con nuestra amiga. Cenamos al aire libre y nos quedamos hablando hasta que todas las velas se consumieron por completo.
Ese sábado almorzariamos en Quito. Salimos de Otavalo a eso de las once de la mañana, en un bus que, por dos dolares y cincuenta centavos, nos llevó hasta la capital. En la estación de la terminal norte tomamos el trole. El sistema de transporte urbano de esta ciudad está integrado por rutas de buses eléctricos, los troles; los ecobuses y el metrobus. Las lineas de funcionamiento, en los tres subsistemas, atraviesan Quito de sur a norte, pero por calles paralelas, separadas entre sí de oriente a occidente. Los tres se encuentran perfectamente integrados entre sí y el costo del viaje en cualquiera de ellos es de 25 centavos de dolar. Así que nuestro primer viaje en trole nos llevó hasta la plaza de Santo Domingo en el epicentro colonial. Conseguimos nuestra habitación en el ya publicitado hotel Huasi Continental y almorzamos por un dolar y setenta y cinco centavos en el restaurante del mismo hotel. Pasamos dos noches en este hotel y por cada una de ellas pagamos diez dólares.
Descansamos durante una hora en nuestra habitación y salimos a conocer el Quito viejo. Esta ciudad tiene la zona colonial más grande de suramérica por lo que fue declarada, en su totalidad, como patrimonio de la humanidad. Estuvimos en lugares como La Ronda, la plaza de Santo Domingo, la plaza de San Francisco, la plaza del teatro Nacional Sucre y la llamada plaza Grande, donde se encuentra la sede presidencial. De regreso a nuestro hotel, entramos a una muy pintoresca panaderia y en su segundo piso, al calor del horno, nos tomamos sendos cafecitos. Fue aquí donde hablamos mucho de política, religión, economía, relaciones internacionales, historia, etc. La única conclusión plenamente compartida fue la alegría de no ser gringos y la tristeza por los males que al mundo entero le causan los imperialismos y neocolonialismos de cualquier tipo.
El Teatro Nacional Sucre de Quito es el equivalente ecuatoriano del teatro Colón de Bogotá. Fue una función de gala, en la que presenciamos el afortunado experimento que unió en interpretación conjunta a la prestigiosa orquesta ecuatoriana con el no menos reconocido grupo colombiano. Una elocuente muestra del más auténtico folklore suramericano, que hizo que termináramos bailando, en pleno teatro, El Pasito Tun Tun, en versión para orquesta de instrumentos andinos y grupo llanero (http://www.youtube.com/watch?v=dTsuPggEzBw).
A las siete de la mañana del domingo 12 de diciembre, tercero de adviento, salimos a recorrer las calles quiteñas con el objetivo de conseguir humitas y empanadas de verde para el desayuno. Logramos comer humitas con café, huevos y jugo de lulo ( de naranjilla, para los ecuatorianos ). Pero, aunque seguimos buscando las empanadas de verde hasta el otro día, Quito aun nos las debe. Espero que no pase mucho tiempo hasta que nos pague esta deuda.
La Capilla del Hombre queda en la parte más alta de uno de los varios cerros que tiene Quito, y está al lado de la casa en la que vivió Guayasamín. Es una zona residencial muy bonita, en lo que se conoce como nuevo Quito o Quito moderno. Cuando concluimos nuestro peregrinar, continuamos caminando por aquellas calles, buscando un lugar donde calmar el hambre. Pero si hemos relatado lo barata que es esta ciudad, ahora nos dábamos cuenta de lo cara que también podía ser. Decidimos caminar hacia el noroccidente, porque nuestro objetivo ahora era la Mitad del Mundo, mientras seguiamos siendo guiados por nuestras ganas de comer. Llegamos a La Carolina y almorzamos en un restaurante dentro del parque.
Continuamos caminando hasta la estación adecuada del metrobus y seguimos hasta la parada más al norte. Allí tomamos una especie de bus alimentador que por quince centavos nos llevó hasta la Mitad del Mundo a, aproximadamente, 25 kilómetros de Quito.
La noche de este domingo, encontramos todo cerrado cuando regresamos al centro. Ya estabamos pensando en tomar el trole para encontrar algo qué comer, cuando en una de las solitarias esquinas de la plaza del teatro, dimos con un restaurante chino. En Ecuador son muy frecuentes, y se conocen como chifas. Lo que compramos nos sirvió para cenar e incluso para el almuerzo del día siguiente.
A las dos de la tarde, Johanna Hoerner y yo nos despedimos en la plaza de Santo Domingo. Ella tomó el trole hacia el sur, y yo hacia el norte. Considero un privilegio haber acompañado a mi amiga durante el trecho suramericano de su viaje alrededor del mundo. Ha sido una gran alegría haber compartido con ella una parte de la vida. Ahora creo que comprendo mejor, en su sentido más hondo, aquello de dime con quién andas y te diré quién eres. No indica en realidad, una suerte de estratificación en la que hay mejores personas que otras, y el imperativo de hacerse acompañar de las primeras excluyendo a las otras. Creo que existe algo que nos hermana a todos los seres de nuestra especie sin excepción, sin importar quiénes somos, de dónde venimos, hacia dónde vamos o dónde hayamos nacido. Creo que es la posibilidad esencial de una generosidad trascendente, la de compartir sueños y colaborar juntos en hacerlos realidad. Creo que la característica que mejor define a Johanna es su bondad. Una bondad profunda, reflexiva, inteligente, no sólo de intención, de permanente realización, serena y divertida a la vez. Caminar con Johanna me ha hecho sentir que también soy capaz de este tipo de bondad.
Varios días después nos volvimos a encontrar en Rumichaca. Ahora compartiriamos unos días más en La Esperanza. Horneamos pasteles y subimos a las montañas. Pero esa es otra historia...
Inicié estas lineas hablando de la misa Gaudete. Escribí que esta palabra latina es una invitación a la alegría: Regocíjense!! Durante el sermón en la iglesia de La Compañía, el sacerdote opinó que el motivo para la exultación es la presencia actual de Cristo vivo entre nosotros. Inspirado por el capítulo 25 del Evangelio de Mateo, Guayasamín pidió mantener siempre una luz encendida, ya "...que siempre voy a volver." El cumplimiento de una promesa de eterno retorno equivale a una presencia constante. Es por esto que, aunque sé que, en los momentos en que escribo estas líneas, ella está en Laos, en la Indochina, el motivo para mi Gaudete es la certeza de la constante presencia de mi amiga Johanna Hoerner.
Coda : Otro motivo, quizá más importante: este viaje, corto en tiempo, pero inmenso en experiencias, me ha comprometido hasta el tuétano con la feliz circunstancia de ser suramericano. Quiero conocer en profundidad esta hermosa tierra, mi amado continente, donde tengo la fortuna de asentar mis pies y desde donde miro a futuro. La cintura cósmica del sur...
LFEG ® 2011.